miércoles, 25 de julio de 2012

¡Sonría!


Un clima templado, coloridos cerros, sol radiante y una brisa fresca con ese “olor a mar”, son algunas características reconocibles de la Región de Valparaíso. Pero en mi viaje a la costa, me pregunté,”¿Qué sería de un lugar sin su gente?” Aunque pudiéramos describir con cientos de adjetivos esta tierra, no seríamos capaces de transmitir su esencia, la que le da esa chispa y vida a los espacios y que, además, te hace recordar que el mundo se mueve.
Mientras observaba, me sorprendí al encontrar en todos lados personas con esa sonrisa acogedora, la que muchas veces no vemos, ni disfrutamos en el agitado ritmo capitalino. Un gesto que resulta espontáneo y natural y que revela algo tan sencillo: ser feliz con lo que se hace. Y es que en el puerto de Valparaíso, el oficio se lleva a cabo con dedicación y cariño. Desde los sacrificados pescadores que salen de madrugada con su red, pasando por quienes comercializan los productos con picardía, hasta los cocineros que convierten pescados y mariscos en deliciosos platos. Siempre con una maravillosa entrega y admirable disposición.
Rescatando este rasgo, ese modo bonachón que tienen los habitantes “de región”, creo que todo resulta mejor cuando se pide, hace y entrega de buena manera, sobre todo cuando se trata de cocinar y compartir. Le aconsejo que disfrute preparando sus mejores platos para las personas que quiere… y ¡sonría!, mire que para eso no necesita receta.

Stephanie Hauyon
Diseñadora Platos&Copas

Siempre Verde


¿Por dónde empezar? ¿Será por su paisaje? ¿Su comida?, ¿o por su arquitectura clásica, elegante y única? Quizás por su magia, la famosa “del sur”, que te envuelve apenas miras cada rincón verde, cuando sientes el aroma de la madera quemándose en cada estufa a leña  o cada vez que observas la inmensidad del lago  terminar a los pies del volcán.
Lo cierto es que Puerto Varas se transformó en mi destino predilecto, esta ciudad cautiva y enamora con sus árboles milenarios y sus aguas llenas de vida y movimiento.
En 3 maratónicos días, me preocupé de comer y beber lo más posible: ostras de Caulín, prietas, conejo, jabalí, salmón, caracoles de Tumulto, papitas chancheras, cordero, ostiones, camarones, luche, salicornia, polenta, quesos de Puerto Octay, miel de ulmo, pimienta de canelo, vinos de Chile, vinos de Francia, vinos orgánicos, espumosos, licores y más…. Mucho más.
Un paisaje mágico, lleno de historias protagonizadas por duendes, pumas, pudúes y contadas por sus propios habitantes, quienes orgullosos de su entorno, cuidan y respetan la naturaleza que los rodea.
No quiero dejar de mencionar la calidez y simpatía de quienes compartieron conmigo esta experiencia en la Región de los Lagos. Fui parte de un grupo activo, apasionado y amante de la buena mesa. Guiados por Claudio Ubeda, chef ejecutivo del Hotel Cumbres Patagónicas y Rodrigo Rojas, maître del mismo, disfrutamos de cada sabor y copa de vino y doy fe de que “lo tomado y lo comido” no nos lo quita nadie.

Antonia Gana Del Solar
Editora Platos&Copas
@antoniagana





De paso por La Vega


Cuando llegué a Santiago hace dos meses, recibí todo tipo de consejos. “Visita Lastarria“;  “lee a Neruda”, “lleva siempre un abrigo contigo”. Sin embargo, cuando me dijeron “tienes que conocer La Vega”, quedé curiosa. ¿Qué atractivo podría tener?
Siguiendo esta recomendación, partí a este mercado y, la verdad, es que encontré muy agradable el paseo.
Me imagino que para los que disfrutan de mirar, probar y escoger frutas y verduras, frecuentar La Vega puede ser una de las  tareas más esperadas de la semana. Y para aquellos que simplemente van por ir, seguro que algo encuentran por allá para sorprenderse.
La calidad de los productos impresiona – están siempre fresquitos – y la variedad, también (ahí logré encontrar una valiosa bolsa de harina de yuca, muy usada en los platos brasileños). 
Pero más allá de las materias primas para cocinar, lo que hace realmente especial a este lugar es el contacto con las personas. Cada vendedor es capaz de describir con cierta lírica y mucha precisión la calidad de su mercancía. Entre una compra y otra, incluso es posible encontrar por los pasillos personajes cantando y bailando una cumbia alegremente, como una verdadera fiesta. Pero al final de todo, lo que más me gustó fue observar un Colocolino trabajar orgullosamente abrazado con su bandera, días después de una derrota de 5x0 contra  “La U”. Ahí me fui y pensé: esto sí es Chile. 


Lais Vita
Periodista Platos&Copas