Hace un tiempo llegué a Auckland, Nueva Zelanda, para vivir una aventura que debería durar al menos un año. Un viaje osado para algunos, y apasionante para otros, que me tiene descubriendo lugares, personas y un idioma diferente y que, hasta el momento, ha resultado toda una sorpresa.
Lo primero que hicimos al llegar a esta ciudad, fue descubrirla. De pocos habitantes -1.5 millones- bonita y limpia. Una descripción acertada diría que es una mezcla entre Buenos Aires y Paris, pero mucho más moderna. El tránsito, así como los autos, funcionan al revés, es decir, el conductor maneja por la derecha, tradición a la que cuesta acostumbrarse como peatón o pasajero, pero que tiene su encanto. Además, el transporte público es maravilloso. No es caro, es muy puntual, presenta aire acondicionado y un botón para solicitar la parada en cada asiento. Lo mismo pasa con los servicios públicos. Todo es rápido, eficiente y de una manera muy amable y… feliz. Aquí la gente está contenta haciendo lo que hace.
En cuanto a la comida, la globalización es tal que es difícil saber cuáles son los platos típicos o los ingredientes que utilizan los neozelandeses. La influencia asiática es muy fuerte y en cada rincón de la ciudad hay restoranes especialmente thai o indios, aunque también hay bastantes sitios de comida china, japonesa o árabe. Además, hay muchos bares irish y la comida rápida de las grandes cadenas internacionales también forma parte del escenario gastronómico local.
Por la influencia inglesa que posee esta isla, una de los platos más populares es el llamado “fish and chips”, es decir, pescado y papas fritas que viene a ser como la comida rápida local. Otra opción que sin duda es favorita, es el pastel (salado) de carne, verduras, pollo, pescado, etc. Yo probé el de pollo y su sabor era similar al de un pollo arvejado con una salsa blanca muy espesa dentro de una empanada. Si bien la consistencia era un poco pesada para estar dentro de una masa, el sabor era el correcto y muy casero. Además, por ser una isla, los pescados y particularmente los mariscos están en cada rincón y son un plato bastante popular aquí.
Los vinos son otro mundo. Un verdadero universo paralelo. Si bien Chile no se queda atrás en cuanto al tema, el Sauvignon Blanc neozelandés es francamente excepcional… pero esto no lo incluiré en este momento, porque bien vale una página por sí solo.
Lo que sí vale la pena mencionar son algunas costumbres que he observado aquí. Primero: existe mucha cultura en torno al vino y el buen comer. Muchas tiendas gourmet con una amplia gama de productos (aceites, vinagres, mostazas, quesos, aceitunas, panes, salsas, etc.), así como una gran cantidad de vinos (ojo que no sólo los blancos son buenos en la región) e incluso con mucha presencia de vinos australianos, sudafricanos, argentinos y chilenos (hasta el instante sólo he visto Merlot, Carménère y Cabernet Sauvignon de Viña Montes). En la mayoría de los lugares, la parte gourmet está directamente conectada a otra tienda de vinos y a un tasting room, donde se pueden degustar ambos mundos, gratis. Es tal el vínculo, que los neozelandeses hacen que incluso en el supermercado, en la góndola donde se ubican los vinos, se pongan algunos quesos como sugerencia para acompañar las distintas cepas. Una acción para aplaudir.
Segundo: la gastronomía asiática es muy respetada. Nada de adaptar los sabores para el paladar local. Tercero, y el más importante: Nueva Zelanda es un país al que le gusta mucho lo gourmet. Poseen buenas materias primas (las frutas y verduras son de gran calidad, los productos lácteos tienen buena fama, al igual que aquellos marinos.) También existe gran interés por conocer nuevos restoranes y mantenerse al día en cuanto a las nuevas tendencias culinarias. Sin embargo, no hay una profesionalización de los cocineros. Aquí no hay muchos chefs y ese es quizás su gran talón de Aquiles. Como en el país son alrededor de 4.5 millones, la gran mayoría de los cocineros no son autóctonos, sino más bien asiáticos o sudamericanos. Lo que abre una enorme oportunidad para nuestros chefs. Aquí los salarios son buenos, las posibilidades abundan y la gente está muy abierta a recibir al extranjero capacitado. Tal vez, llevar nuestra cocina chilena más allá de nuestras fronteras sea más fácil de lo que pensamos, y sea sólo cuestión de atreverse.
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