lunes, 16 de abril de 2012

Abrirse al mundo

Por Tatiana Hirsch

Cada año, durante un fin de semana de febrero, la ciudad en la que actualmente vivo, Napier, se transporta en el tiempo y se ubica a mediados de los años 20 para celebrar el festival art deco más importante del país. Una fiesta multitudinaria en la que participan prácticamente todos los habitantes de aquí y los alrededores, vistiéndose ad hoc a la época, aplaudiendo y disfrutando del jazz, el blues y el Charleston y, por supuesto, degustando sabores muy especiales.

En este evento, todos gozan admirando la exposición de autos antiguos que se exhibe en la avenida principal y no faltan los puestitos de comida “rápida” para acompañar la ocasión. Pizzas en horno de leña, waffles estilo francés y barbacue son algunos de los platos que pueden encontrarse sin esfuerzo caminando por la calle, además de unos deliciosos helados artesanales que hace personalmente un italiano con la receta de su familia. Mmmm….

Además del festival, Napier me ha dado la oportunidad de convivir en la misma casa con varios asiáticos, lo que me ha permitido maravillarme con su cocina a diario. La pasión, la gran variedad de ingredientes y el respeto que les inspiran sus tradiciones culinarias, son elementos dignos de admirar e imitar. Desde muy jóvenes, todos (y les prometo que prácticamente ninguno queda fuera) aprenden a cocinar sus platos típicos y a valorar la frescura de los ingredientes. NUNCA verán a un oriental degustando comida preparada, envasada o pizza pre hecha del supermercado. Un verdadero sacrilegio para lo que ellos consideran el momento feliz del día.

Sin excepción, cada vez que entro a la cocina, hay alguien haciendo algo. He probado un sinnúmero de platos, guisos, postres y noodles en todas las variedades y les puedo decir que al menos en Chile, conocemos muy poco el ENORME abanico gastronómico que Asia tiene para ofrecernos. Okonomiyaki de Japón, Laksa de Singapur, sweet potatoes y noodles de Corea, etc. son algunos de los ejemplos más populares de la gastronomía oriental. Así, cada día veo cómo preparan noodles caseros, ¨dandgo¨, una especie de gnocchi con harina de arroz y salsa de soya con azúcar que se come de postre, sopa de pescado, arroz frito, etc., etc., etc.

No sólo las costumbres son distintas (ellos lavan absolutamente todo lo que cocinan antes de prepararlo, por ejemplo, la cebolla cruda y, por supuesto, el arroz) sino que ocupan diferentes aceites dependiendo del tipo de sabor que desean lograr (canola, oliva, maravilla, sésamo, maní, pescado) y todos los ingredientes deben ser frescos. Nada de pescado congelado o productos enlatados. Lo suyo son los guisos y salteados con repollo fresco, cebolla, mucho zapallo, ajo, albahaca y varias especias.

Así, nace la comida más sabrosa, contundente y entretenida que he probado. Saludable por lejos, si se le compara al menú tipo de una familia occidental donde los carbohidratos abundan y muy superior a lo que hasta ahora había conocido como comida japonesa (por cierto, causó espanto cuando mencioné que en Chile, algunos rolls se freían en panko y se comían calientes… Ups).

Lo único a mi favor, es que, luego de un extenuante día de trabajo, preparé quínoa con vegetales y fue un verdadero hit. Todos preguntando y probando, quedaron absolutamente anonadados cuando les conté que se trataba de un súper alimento con múltiples propiedades y además bastante fácil de hacer.

Otra cosa que me ha llamado poderosamente la atención, es que además de asiáticos, vivo con varios alemanes y -si bien su cocina no es tan notoriamente distinta como la oriental- sí sorprende que muchos de ellos horneen su propio pan. Es conocido que Alemania tiene un alto consumo de éste (sin ir más lejos creo que es el país que más come este alimento) y, al parecer, acá los germanos no encuentran el indicado (hay pésimas panaderías en NZ, por lo demás) y deciden hacer su propio pan negro. Una delicia, crujiente, esponjosa en su justa medida y muy superior.

De esta forma, a pesar de las diferencias culturales y los problemas de idioma, la comida es una de las maneras más genuinas de compartir vivencias y crear lazos entre las personas. Alemanes, japoneses, coreanos, ingleses y, por supuesto, chilenos se sientan en la misma mesa a compartir lo mejor de cada país y claro, celebrar la infinidad de sabores que tiene el mundo para ofrecernos…

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